
Nuestros pensamientos, moldeados por lo vivido, se convierten en filtros que interpretan cada situación. Y lo curioso es que terminamos respondiendo como si fuera la verdad absoluta.




Aceptar no es resignarse; es reconocer lo que ocurrió sin adornos ni tampoco dramatismos. Es dejar de pelear con la realidad para poder sentir lo que está ahí, sin necesidad de etiquetarlo.
Desarrollo personal18/11/2025 Por Gabriela Romano
¿Dónde radica realmente el sufrimiento? ¿Cómo podríamos evitarlo? grandes preguntas si buscamos vivir con paz. Me subo al coche, lista para ir a mi sesión de biomagnetismo porque necesitaba equilibrar mi energía y mi ánimo después de haber perdido mi vuelo a México por un asunto burocrático, - nota importante: a solo dos días de mi viaje-. Iba un poco justa de tiempo y no alcancé a elegir la charla que quería escuchar por la carretera mientras condcía, así que lo dejé al azar. Y en cuanto tomé el volante, empezó la charla, y era sobre resiliencia, con el neuropsicólogo Boris Cyrulnik, uno de los grandes expertos del mundo en este tema.. Wow. Definitivamente era lo que necesitaba oír, conscientemente no hubiera elegido una mejor.
Mientras la escuchaba, pensé en cuántas veces desperdiciamos tiempo, energía y recursos quedándonos atrapadas en la negación de lo que nos sucede, como si resistir lo inevitable cambiara algo. Yo misma acababa de pasar por eso. Por suerte, cuando recibí la noticia de la cancelación de mi viaje, pude intercambiar ideas —hacer berrinche, mejor dicho, en una especie de monólogo— durante más de una hora con una pepita grillo que vive a más de 7 mil kilómetros de distancia, y su feedback fue un bálsamo. Al día siguiente, con mi profesor de yoga Juan Antonio Requena, quien me hizo todo un esquema determinante para entender cómo reaccionamos o vivimos las situaciones incómodas, terminé de aterrizar todo. Y fue gracias a esa explicación, a esa claridad que él me dio, que comprendí que, aunque no lo había visto de esa manera, ya estaba siendo resiliente, y os la comparto en este artículo.
La resiliencia, tal como la explica Boris especialista en la teoría del apego: “es simplemente iniciar un nuevo desarrollo después de un trauma”. Es mirar de frente lo que pasó y darle la vuelta, cambiar el enfoque y las preguntas que nos hacemos. Cuando algo nos golpea, es fácil entrar en el bucle del “¿por qué a mí?”, “¿qué hice mal?”, “¿cómo me pudo pasar esto?”. y ahí es donde comenzamos a crear esos escenarios idealizados; miles de situaciones que nunca existieron, convencidos de que lo no pasó habría sido mucho mejor que lo que tenemos. Sin embargo eso es solo una ficción y es jugar sucio con nosotros mismos. La realidad concreta es una, en mi caso: no me subí al avión y no estoy en el sofá con mi mamá llena de mimos comiendo algo deliciosamente mexicano. Ese es el único hecho real.

Y justo a partir de ese hecho empieza la verdadera resiliencia: la aceptación. Aceptar no es resignarse; es reconocer lo que ocurrió sin adornos ni tampoco dramatismos. Es dejar de pelear con la realidad para poder sentir lo que está ahí, sin necesidad de etiquetarlo. Observar las sensaciones físicas, el impacto que tiene en el cuerpo la emoción que tantas veces tratamos de ocultar o de distraer, como si no sentir fuera posible o nos protegiera. Pero te tengo una noticia, es al revés: cuando nos damos permiso de sentir, conectamos con nuestro cuerpo y damos paso a un estado de mayor bienestar y sobre todo de paz. Es desde ese lugar, más honesto y más estable, cuando podemos tomar acción: comprar otro vuelo, insistir, reclamar, movernos, hacer una manifestación mundial por trámites mal gestionados.
Lo curioso es que normalmente hacemos justo lo contrario: nos cegamos, no aceptamos,nos emberrincharnos porque las cosas no salen como planeamos, no vemos opciones y no nos dejarnos sentir por que lo que se siente es incómodo. Y según explica el experto la resiliencia se trabaja desde temprana edad con la educación que sabe poner límites sanos y dar paso a la frustración en pequeños actos cotidianos y también detrás de situaciones traumáticas; pero sobre todo en el día a día en ese acompañamiento a cambiar el enfoque especialmente en los momentos que las cosas se nos tuercen. Estanislao Bachrach lo explica muy bien: la percepción cambia por completo según la actitud que adoptemos. La misma situación puede vivirse desde la desdicha o desde la posibilidad, eso sólo depende de ti.
Perder un vuelo puede sentirse como una tragedia o como una suerte: quizás ese vuelo habría tenido retrasos interminables, o tremendas turbulencias o quizá la vida simplemente me estaba mostrando la fuerza y la red de apoyo que me rodea, esa que sin pensarlo se movilizó para ayudarme conseguir otro vuelo. Como dice mi profesor de yoga, Juan Antonio Requena: “Nunca es lo de fuera”. Y el esquema que me hizo -que no tiene desperdicio- es justo el que ilustra este artículo.
Al final, la resiliencia puede ser un regalo heredado de la vida que tuvimos durante nuestra niñez según lo explica Boris, o un ejercicio diario que dependerá de ti y de los pensamientos que tengas hacia lo que te pasa. Vengo aquí para recordarte que eres la hija favorita del universo, y que todo lo que ocurre - aunque en este momento no te guste- puede tener un sentido más profundo, que probablemente lo descubras con el paso del tiempo. Lo que sí está claro es que nuestra mirada lo determina todo. Cuanto más tardamos en aceptar lo inevitable, más sufrimiento añadimos. Cuanto antes nos abrimos a ver lo bueno de cada situación, a tomar acción desde la consciencia; más libres y más en paz estamos.
No es cuestión de lo que te pasa -aunque suene trillado repetirlo- es cuestión de la actitud con la que decides vivirlo, de elegir la confianza; reconocer genuinamente que todo trabaja para tu mejor y más alto bien; especialmente cuando las cosas no te salen como lo esperabas.

Nuestros pensamientos, moldeados por lo vivido, se convierten en filtros que interpretan cada situación. Y lo curioso es que terminamos respondiendo como si fuera la verdad absoluta.

No es cursilería, es neurociencia emocional: la autocompasión, la aceptación de nuestras luces y nuestras sombras, y la autoestima profunda, son la base para poder ofrecer un amor sano a los demás. Quiroz Adame lo resume así: “El amor es un acto de creación. No es algo que se encuentra, es algo que se construye.”

El desarrollo personal, en su esencia, nos invita a desvelar lo que ya somos. Es el arte de vivir conscientemente, de escucharnos en silencio y de responder a la vida —no desde el miedo, sino desde la presencia, la compasión y la responsabilidad interior.

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