
Nuestros pensamientos, moldeados por lo vivido, se convierten en filtros que interpretan cada situación. Y lo curioso es que terminamos respondiendo como si fuera la verdad absoluta.
No es cursilería, es neurociencia emocional: la autocompasión, la aceptación de nuestras luces y nuestras sombras, y la autoestima profunda, son la base para poder ofrecer un amor sano a los demás. Quiroz Adame lo resume así: “El amor es un acto de creación. No es algo que se encuentra, es algo que se construye.”
Desarrollo personal24/07/2025 Por: Gabriela Romano¿Qué es el amor? ¿Y de qué nos sirve?
El amor es ese concepto que todos usamos, pero nadie define igual. Preguntas a cinco personas y obtienes siete respuestas distintas. ¿Es un sentimiento? ¿Una decisión? ¿Una química cerebral? ¿Un contrato? ¿Una canción de ColdPlay?
Lo cierto es que no nos ponemos de acuerdo sobre lo que significa exactamente el amor, y sin embargo todos sabemos cuándo lo sentimos (y cuando nos falta). La realidad —y aquí viene lo importante— es que cada quien lo vive desde su historia, desde su experiencia emocional, desde sus heridas, culturas y anhelos. Pero si nos detenemos un segundo, el amor, como cualquier otra construcción emocional profunda, empieza en uno mismo.
En su charla para BBVA Aprendamos Juntos, el psicólogo y terapeuta Quiroz Adame lo explica con una claridad luminosa: tenemos la obligación y el derecho de ser felices, de recordar que somos seres con dones que podemos trabajar, expandir y compartir con las demás personas. Yo digo que estamos diseñados para disfrutar esta experiencia de estar
vivos y en algún momento no se sabe muy bien por qué, nos perdemos en el camino.
Confirmo que el amor es ese motor que nos impulsa, que nos orienta hacia el bienestar que todo ser humano busca.
¿Y el amor de pareja?
Bueno, ese normalmente comienza con la etapa más intensa y divertida: el enamoramiento. Científicamente, el cerebro enamorado se parece mucho al cerebro cuando estamos con unas copas de más. ¿La razón? Un cóctel químico que incluye dopamina, oxitocina, serotonina, adrenalina y otras sustancias que alteran nuestra percepción: todo se ve más bonito, más perfecto, más prometedor. Literalmente, nos desenfocamos de la realidad.
Pero esa fase, como todo en esta vida, pasa. Y cuando lo hace, si hay admiración, entonces el vínculo tiene gasolina para crecer. Si hay una sensación de equipo, cuidado, ternura y esa capacidad de mirarnos con curiosidad nueva, entonces hay una relación que se transforma, que se riega, que se poda, que se trasplanta si hace falta, y que se alimenta con momentos de calidad a los que si no se dan de manea fortuita, sería bueno ponerlas en el calendario de pareja de cosas importantes que tenemos que hacer. Sí señores y señoras, si queremos que el amor crezca; bajo mi cristal y experiencia, hay cosas que tenemos que hacer.
Ahora bien, si en lugar de eso, aparece la dependencia, el miedo a estar solas, el silencio, la carencia o el sacrificio permanente, entonces —y esto hay que decirlo sin miedo— no es amor. Es otra cosa. Porque amar no es desaparecerse en el otro, es multiplicarse con el otro. Es compartir desde lo que soy, no desde lo que me falta.
Hay mucho más que el amor de pareja
El amor no es solo romántico, es expansivo. Se puede sentir por una persona, un paisaje, una canción, una mascota, un proyecto, una comunidad. Amar es conectar desde lo más auténtico. Y aquí viene lo que muchas veces se nos olvida: el amor más verdadero empieza por una misma.
No es cursilería, es neurociencia emocional: la autocompasión, la aceptación de nuestras luces y nuestras sombras, y la autoestima profunda, son la base para poder ofrecer un amor sano a los demás. Quiroz Adame lo resume así:
“El amor es un acto de creación. No es algo que se encuentra, es algo que se construye.”
Entonces... ¿para qué nos sirve el amor?
Además de hacernos suspirar, hacernos sentir mariposas y un emborrachamiento natural; escribir canciones y cometer locuras, el amor tiene funciones biológicas y emocionales muy concretas. Desde un punto de vista químico, el amor regula nuestro sistema nervioso. Cuando amamos y nos sentimos amados, nuestro cuerpo produce más oxitocina, conocida como “la hormona del vínculo”, que disminuye el estrés, fortalece el sistema inmune y favorece la
empatía y la conexión social.
También se activa la dopamina, que estimula el placer y la motivación, y la serotonina, que estabiliza el estado de ánimo. En otras palabras: amar nos equilibra, nos energiza y nos protege.
Y si eso no fuera suficiente, estudios en neurociencia afectiva han demostrado que el amor —en cualquiera de sus formas— mejora la memoria, potencia la creatividad y hasta alarga la vida. Sí, como lo lees. Amar bien es, literalmente, medicina.
Pero el amor también tiene una dimensión espiritual (y no me refiero a prender incienso, aunque también puede ayudar). Me refiero a esa sensación profunda de pertenencia, expansión y propósito.
Porque el amor nos sirve para reconocernos, para sanar, para acompañarnos, para evolucionar. No se trata de estar siempre felices ni de evitar los conflictos, sino de tener el deseo real de crecer. No solo al lado de una pareja, sino con muchas personas que forman nuestra comunidad. Nuestro clan emocional.
Amar de verdad da sentido.
Amarnos de verdad nos libera.
Desde nuestro centro —ese lugar íntimo y sereno donde dejamos de luchar contra nosotras mismas— somos capaces de expandirnos y contagiar. De elevarnos y levantar a otras. sí que si alguna vez te preguntas qué es el amor, puedes empezar por cómo te estás tratando tú. Porque de ahí nace todo lo demás.
Con amor,
G.
Gabriela Romano
Nuestros pensamientos, moldeados por lo vivido, se convierten en filtros que interpretan cada situación. Y lo curioso es que terminamos respondiendo como si fuera la verdad absoluta.
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